Pudiera parecer algo asombroso que el régimen cubano se haya decidido a reconocer en la iglesia cubana un interlocutor para temas como el de la liberación de los presos políticos. Pero, ¿es realmente tan asombroso recurrir a una jugada como ésta cuando es una de las más lógicas de cuantas podían hechar mano?
No estamos hablando acá de una iglesia como la polaca, cuya presencia en la vida del pueblo era amplia y muy fuerte, sino de una iglesia que fue vilipendiada y reducida a categoría de idiotas, anticientíficos, reaccionarios, etc, durante tantos años. Ir a la iglesia podía ser un verdadero problema para quienes querían estudiar buenas carreras, pero incluso el desecho de las carreras, aquél que nadie quería: pedagogía. A los niños se les animaba a burlarse de los sacerdotes y monjas y de los que ellos representaban. Las iglesias eran blanco de los tirapiedras de cuanto niño aburrido pasara por una de ellas.
Los escasos disidentes eran asiduos a la iglesia a pesar de que ésta nunca quiso ni pudo ser refugio ni escudo moral para ellos. En fin, en Cuba se vivió un clima de intolerancia notable hacia las religiones durante décadas. Finalmente, un día de fines de los 80, Fidel Castro decidió que ya era tiempo de hacerlos partícipes y de montar a su destartalada carroza revolucionaria (al menos en los escalones) a los representantes de esas antes vapuleadas religiones. Fue entonces que sale a la calle el libro donde se recogen las conversaciones entre Castro y el religioso Frei Betto, un teólogo de la "Liberación". Desde la aparición del mencionado libro, fue como el pistoletazo de salida para los miles que ocultaban sus creencias. Se les permitió entonces el dudoso honor de ingresar en el Partido Comunista, o sea, a los que creen en Dios, en lo sobrenatural, en lo espiritual, se les permite como un grandioso favor pertenecer a una organización materialista, atea, marxista-leninista, cuyos postulados principales son precisamente la negación de Dios y el espíritu.
A todos los religiosos cubanos que se sumaron a esta triste comparsa de la burla más obvia, no les bastó con esconder su fé o sus creencias durante años cagados de miedo sino que en cuanto vieron el peligro pasar aplaudieron a quien mismo les destruyó sus vidas.
Algunos hablan de reconciliación, lo cual no es malo, pero para que las reconciliaciones existan tiene que haber un profundo sentido autocrítico de cada una de las partes, cosa que no vemos de un lado ni de otro, pero por parte del gobierno cubano, la ausencia de esa autocrítica está suplantada por una prepotencia sin límites. no creo que la iglesia de Cuba y mucho menos el señor Ortega, traigan cambios significativos a lo que más necesita el pueblo cubano: instituciones civiles, democracia, un verdadero Estado de Derecho. Lo más que logro ver hasta ahora es un General que siempre ha sido y es el segundón, haciendo una pantomima con un cardenal que más parece muñecón de carnaval mientras advierte "y no lo hago porque me critiquen". Pero en fin, en eso ha parado Cuba desde hace años. Una comparsa de sirvientes que ya huele a podrido mientras levanta muñecones de sonrisas dibujadas.
No estamos hablando acá de una iglesia como la polaca, cuya presencia en la vida del pueblo era amplia y muy fuerte, sino de una iglesia que fue vilipendiada y reducida a categoría de idiotas, anticientíficos, reaccionarios, etc, durante tantos años. Ir a la iglesia podía ser un verdadero problema para quienes querían estudiar buenas carreras, pero incluso el desecho de las carreras, aquél que nadie quería: pedagogía. A los niños se les animaba a burlarse de los sacerdotes y monjas y de los que ellos representaban. Las iglesias eran blanco de los tirapiedras de cuanto niño aburrido pasara por una de ellas.
Los escasos disidentes eran asiduos a la iglesia a pesar de que ésta nunca quiso ni pudo ser refugio ni escudo moral para ellos. En fin, en Cuba se vivió un clima de intolerancia notable hacia las religiones durante décadas. Finalmente, un día de fines de los 80, Fidel Castro decidió que ya era tiempo de hacerlos partícipes y de montar a su destartalada carroza revolucionaria (al menos en los escalones) a los representantes de esas antes vapuleadas religiones. Fue entonces que sale a la calle el libro donde se recogen las conversaciones entre Castro y el religioso Frei Betto, un teólogo de la "Liberación". Desde la aparición del mencionado libro, fue como el pistoletazo de salida para los miles que ocultaban sus creencias. Se les permitió entonces el dudoso honor de ingresar en el Partido Comunista, o sea, a los que creen en Dios, en lo sobrenatural, en lo espiritual, se les permite como un grandioso favor pertenecer a una organización materialista, atea, marxista-leninista, cuyos postulados principales son precisamente la negación de Dios y el espíritu.
A todos los religiosos cubanos que se sumaron a esta triste comparsa de la burla más obvia, no les bastó con esconder su fé o sus creencias durante años cagados de miedo sino que en cuanto vieron el peligro pasar aplaudieron a quien mismo les destruyó sus vidas.
Algunos hablan de reconciliación, lo cual no es malo, pero para que las reconciliaciones existan tiene que haber un profundo sentido autocrítico de cada una de las partes, cosa que no vemos de un lado ni de otro, pero por parte del gobierno cubano, la ausencia de esa autocrítica está suplantada por una prepotencia sin límites. no creo que la iglesia de Cuba y mucho menos el señor Ortega, traigan cambios significativos a lo que más necesita el pueblo cubano: instituciones civiles, democracia, un verdadero Estado de Derecho. Lo más que logro ver hasta ahora es un General que siempre ha sido y es el segundón, haciendo una pantomima con un cardenal que más parece muñecón de carnaval mientras advierte "y no lo hago porque me critiquen". Pero en fin, en eso ha parado Cuba desde hace años. Una comparsa de sirvientes que ya huele a podrido mientras levanta muñecones de sonrisas dibujadas.