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Monday, December 20, 2010

LOS HERMANOS SOVIETICOS



Me vienen a la memoria muchos momentos de la vida de los cubanos en contacto con la cultura soviética. Era inevitable que mucha gente, sobre todo los que se resistían a los cambios de los nombres tradicionales por los nombres "revolucionarios" nunca les llamaría "soviéticos" sino "rusos". Eran los mismos que no se resignaban a que el Hotel Havana Hilton se convirtiese en "Habana Libre" o que el Teatro Blanquita o Chaplin pasara a ser conocido como "Kalrl Marx" en uno de los espasmos marxistas de la dirigencia. Ante todo, los soviéticos comenzaron a llegar como asesores, tanto militares como técnicos de lo civil y esto trajo la inevitable llegada de burócratas y filósofos del marxismo leninismo dispuestos a cambiar el pensamiento de aquellos caribeños demasiado dados al relajo.

En poco tiempo los que querían ganar puestos o no perder los que tenían, hacían esfuerzos por asimilar la economía política de Nikitin y los manuales de Konstantinov, así como las ineludibles obras de Lenin. Recuerdo gente a la que no me habría imaginado hacerlo, cambiar de la noche a la mañana de leer viejas revistas de Selecciones del Reader´s Digest a leer "Sputnik", de leer las novelitas del Oeste de la editorial Bruguera a purgantes como "La lucha de los bolcheviques en tres revoluciones por ganarse al ejército" o "La alianza de la clase obrera y el campesinado".

Muchas cosas de ese modo de vida soviético pasaron a impregnar la sociedad cubana, pero en el eslabón popular, no cuajaban por más esfuerzos que hacía la propaganda estatal.

Los esfuerzos por inculcar en la masa popular la superioridad tecnológica de la URSS nunca fructificaron mucho. Era sumamente difícil para un observador tan sagaz como el cubano, que aquello que le presentaban como la maravilla del futuro era de buena calidad. Sobre todo era difícil engañar a quiénes habían tenido acceso a la tecnología y la calidad de fabricación norteamericana.
Nadie se creía que un televisor soviético fuera superior a los sobrevivientes General Electric, Westinghouse, Philco, Emerson o Admiral que se empecinaban en funcionar despues de 15 y veinte años o que una radio Meridian que era la que entregaban a los trabajadores destacados fuese mejor que una Zenith o una RCA.

El Partido no cesaba de inflar los logros soviéticos y negar los estadounidenses. Para ello entresacaban todo lo posible positivo o negativo según el bando que fuera. Se diseminaban disparatados rumores como el del supuesto "falso arribo a la Luna" de los odiados yanquis con su programa Apolo y se ensalzaba a la perra Laika, a Yuri Gagarin o a Valentina Teréshkoba.

Nadie debía hablar de productos capitalistas del enemigo. Todo eso era "diversionismo ideológico".

Me parto de risa cuando recuerdo las puestas en escena para la TV de obras soviéticas, unas con más acierto, las más, sin gloria. Pero el clímax de toda este intento de lavado de cerebro era una escena que nunca olvido. Era una de esas telenovelas de Mayté Vera en las que el actor principal, Mario Limonta, era un trabajador de esos que se comía el mundo, una especie de héroe proletario que solo pensaba en trabajar y trabajar. En un momento romántico, nuestro héroe aparece tumbado en un catre o una cama mientras sobre su pecho reposa abierto un libro de V.I.Lenin y pensaba en la mujer que lo amaba: "Si Elena pudiera comprender cuan importante es para mí el trabajo..." (!!!!)

Los niños eran receptores predilectos del
bombardeo, desde los animados rusos que casi ninguno soportaba, la cancioncilla de "Siempre brille el sol" o los saludos raros con el dedo pulgar en la frente. Además de todo eso tenían libros de cuentos infantiles rusos, algunos ciertamente muy buenos (rusos) y los de la era soviética. Tenían además que dispararse aventuras de los "Gavilanes de Glucharka" o "Los camaradas".

Los adultos debíamos conformarnos con películas de guerra o con otras donde entre un diálogo y otro podían pasar diez minutos. Eran un somnífero perfecto.

Pero sin dudas, lo más temido por lo cubanos era cuando un ruso decidía viajar en la guagua. En cualquier sitio del vehículo que se apostaba y levantaba los brazos para sujetarse.....huyeeeee!!!! Los pasajeros cubanos hacían lo imposible con tal de ni rozarlos, dejando siempre entre su cuerpo y el de los rusos como una zona de catástrofe, una tierra de nadie. Peste a grajo como aquella no he vuelto a oler en la vida. Los cubanos pronto los apodaron "bolos" por su cara redonda por tener todos el mismo aspecto, las mismas camisas, pantalones y aquellas inolvidables sandalias. Las mujeres ya a los 30 años eran unas gordazas con mal olor , y pelos en las piernas y a veces en las axilas. El corte de pelo era bajo y como en serie, todas lo mismo. Hay que reconocer que como negociantes eran muy habilidosas. Les encantaba el oro, la mezclilla y los productos capitalistas. Otros se interesaban mucho por especimenes de la fauna, en particular el caracol rosa y las cotorras. A menudo se emborrachaban y no son pocos los que recuerdan que llegaron a lanzar botellas por las ventanas del edificio Focsa. No por gusto hubo que colocar una red sobre el patio y la piscina. Hoy en día los rusos ya no son soviéticos, son rusos y han cambiado mucho, sobre todo su aspecto. Usan buenas colonias y desodorantes, las mujeres ya no son aquél prototipo mezcla de koljosiana y obrera de fábrica, son elegantes y hacen dieta.

Pero siempre es bueno recordar aquellos tiempos del tío Stiopa, el coñac armenio, la Vodka Limonaya y las inabribles compotas de cereza mientras le pegabas porrazos a aquel televisor Electrón o Rubin que se negaba a comportarse.

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