TESTIGOS Y PERPETRADORES

"Jehová te asegura que todos tus amigos estarán en el Paraíso"

"Pioneros por el comunismo, seremos como el Ché"

Ha llovido mucho desde aquello, pero puedo recordarlo como hoy. Un niño solitario con la cabeza gacha, rodeado en una rueda por sus compañeros de escuela que se burlaban con una crueldad tanto propia de la edad como inducida por los maestros que unos metros más allá, miraban complacidos. El niño solitario se veía diferente. La diferencia era tan llamativa en aquél medio que sobresalía tanto por su silencio como por la ausencia de aquella pañoleta obligatoria anudada en el cuello. Era un Testigo de Jehová, la secta que practicaba y predicaba en Cuba desde los años 30. Los maestros no salían jamás en defensa de uno de aquellos infelices niños, al contrario, sus orientaciones y su mollera cerrada solo les hacían rechazarlos. Otros tenían la "iniciativa" de decirle al niño: "A ver, pídele a Jehová un dulce". Al no aparecer el mencionado dulce cómo es lógico, le decían: "A ver, ahora pídeselo a Fidel", entonces sacaban el dulce que llevaban escondido. Era repugnante, sí, pero así ocurría.
El hecho de por su fé, no estar dispuestos a cosas como saludar la bandera, ir al ejército o colocarse atributos "escolares" como aquel trapajo al cuello, los hizo pagar un precio altísimo: imposibilidad de estudiar carreras, los peores trabajos, la burla, la persecución, prisión un constante hostigamiento y propaganda en su contra.
Yo en lo personal no comparto las creencias de los Testigos de Jehová y pienso que sus prácticas son basadas en un extremismo religioso que nunca es saludable. Pero algo tenían admirable y era esa persistencia, ese desafío al poder en aras de hacer lo que ellos pensaban que era lo correcto y la Palabra de Dios lo que los hacía envidiables. Mientras casi todos los demás cubanos nos sometíamos en mayor o menor medida a las payasadas castrocomunistas ellos se mantenían en lo suyo y además predicaban, aún a riesgo de ir a prisión o en el mejor de los casos, recibir el lanzamiento de una lata con orines o una golpiza.
La misma maquinaria mediática que hoy arremete contra opositores de cualquier tipo, lo hizo en aquellos tiempos casi huérfanos de oposición cebando su odio e intolerancia contra los Testigos de Jehová. El máximo líder nunca toleró que no se le agachara la cabeza. Se les acusó de pegar a sus hijos, causarles dolor físico con torturas, dejarlos sin comer y lo más recurrente: que dejaban morir a sus propios familiares por no ponerles una transfusión o no querer defender a la patria del imperialismo. Recuerdo los libros editados contra la secta, los artículos y hasta un par de animados en la TV que los ponían muy seguido: "¡Noo! ¡la sangre no!" y la respuesta: "Oiga, CIUDADANO..."